Albacete es fiesta. Y el Alba es Albacete. El cuadro manchego dio una gran alegría a su parroquia en uno de los fines de semana más alegres del año, ya de por sí. Con la Puerta de Hierros entornada, a falta de echar el cerrojo, el Albacete abrió el tarro de las esencias para sumar de tres y condensar en 90 minutos todo el trabajo en la sombra, que vio la luz de par en par.
Y es que el equipo brilló desde el inicio. Quiles, en su habitat, encendió al estadio y demostró que su estrella es de todo menos fugaz. En la primera acción del partido, en el primer minuto, primera llegada al área y con toda la energía. Así entró Agus Medina, que fue derribado cuando enfilaba el disparo. Penalti y Quiles, con sobriedad y algarabía, prendía la noche.
Ese gol fue pura llama. Cada vez que el Albacete tenía la bola, los jugadores veían la luz de la meta rival y se encendían las alarmas del estadio. Posesión, dominio, cohesión y valentía. Solo faltó el gol en las numerosas llegadas. De tacón, puntera o cabeza, el equipo manchego se hacía notar y los más de 10.000 aficionados, sentir.
Así nos fuimos al descanso, con todo en ebullición.
La segunda mitad fue intensa, trabajada y sufrida, como es esta categoría, como sabe que tiene que competir este equipo. Pero antes del dolor, la gloria. Glauder, inasequible al desaliento y bravo en cada envite, cabeceó en puerta contraria y como no tenía que despejar el balón, lo mandó guardar. Cabezazo tras un centro medido de Fuster y 2-0. El Gladiador enloqueció al foso albaceteño.
Pero el Burgos también tiene garra. Y cabeza. Y así vino el 2-1 poco después. Cabezazo y mucho tiempo por delante. Hubo minutos que duraron cien segundos. Pero todo pasa y todo queda. Y lo que se quedaron fueron los tres puntos para un Albacete que progresa adecuadamente.